Cuenta la leyenda que las estaciones del año aún no tenían nombre ni espacio en el calendario, pues todas querían ocupar la tierra al mismo tiempo y no se ponían de acuerdo. Fue por eso que un día decidieron reunirse y solucionar el problema.
Cada una era única y diferente a su modo. Algunas preferían el frío y otras el calor, pero había otras a las que les gustaba un poco de cada uno. Una de ellas se decantaba por el sol y sus rayos, a otra también le agradaba pero de a ratos. Por su parte, otra prefería el frío permanentemente y otra casi igual, pero con ratos de calor. Fue por ello que decidieron repartirse cada una una época del año hasta definir las cuatro estaciones que conocemos.
Una de ellas, la más tierna de todas, escogió los meses de marzo a junio para deleitar a todos con sus brisas frescas y llenas de calor leve, y se llamó primavera. La más rebelde, que fue nombrada verano, prefirió de junio a septiembre para acobijar a todos con un agradable calor.
A su vez, la que llamaron otoño, que era la más curiosa y alocada de todas, prefirió seguir en los meses de septiembre a diciembre, para repartir pequeños ratos de calor, seguidos de muchas brisas enriquecedoras. Además, trajo consigo alimentos característicos, como las setas y las mandarinas, que podían perdurar en las demás estaciones. Finalmente, la más tímida, bautizada como invierno, escogió los meses de diciembre a marzo para llenar el ambiente de un frío exquisito.
Todas estaban muy contentas con sus elecciones y fue así como cada una encontró su espacio en el calendario y fue capaz de brindar lo mejor de su temperatura tanto a los niños, como a los mayores, y de igual modo a los animales y plantas de todo el planeta.
FIN
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